La fruticultura de Río Colorado y sus sobresaltos con el clima

El estudio presentado por el ingeniero agrónomo Rafael de Rossi ofrece una mirada integral sobre la  incidencia de las cuestiones climáticas en la producción frutícola del Valle del río Colorado

De acuerdo con el último censo provincial que se realizó en 2005, en el Valle del río Colorado, provincia de Río Negro, 300 fruticultores cultivaban 1889 hectáreas netas con frutales de pepita y carozo, correspondiendo 52 por ciento a manzano, 24 por ciento a peral y 12 por ciento a duraznero, entre las predominantes.

Anteriormente, en 2002, el Censo Nacional Agropecuario había arrojado como total 1229 hectáreas, con similares proporciones, si bien el ciruelo ocupaba un lugar relativo.

De Rossi plantea que quizás la diferencia entre ambos censos se explique en la metodología de medición de la superficie neta de cada monte frutícola y en la cobertura real de empresas frutícolas de uno y otro.

A su vez, en el Registro Nacional de Productores Agropecuarios (Renspa) los últimos datos disponibles se aproximan en el total a los de 2005, pero con los cultivos hortícolas como novedad, en reemplazo parcial de los frutales.

En cuanto al número actual de fruticultores, hay dos fuentes de datos confiables: (1) la Cooperativa de Transformación considera que posee 120 remitentes locales de fruta; (2) según los registros de la Oficina local del Senasa, en la zona hay 244 Renspa para un número de fruticultores cercanos a la mitad. Esa diferencia se explica por razones sucesorias o porque corresponden a designaciones catastrales diferentes.

Previsiones y gastos

La centralidad de la cuestión climática en la fruticultura regional es evidente desde el punto de vista de las adversidades -heladas y granizo-, del mismo modo que en toda la producción agropecuaria.

Respecto del granizo, oportunamente se ideó un sistema de seguro regional que funciona adecuadamente desde hace 3 años al estar diseñado para proteger financieramente al productor (asegurando sus gastos directos), y no a la producción.

Dentro de las problemáticas habituales, las de orden climático son de segundo orden, tanto por la intensidad como por el número de explotaciones afectadas. Las heladas primaverales constituyen las de mayor frecuencia: en 9 temporadas sobre un total de 23 se ha presentado esta adversidad  con distinto grado de intensidad y efecto.

Según el Censo Agrario Regional 2005,  de esas 1889 has, apenas el 15 por ciento se encontraban cubiertas con algún sistema activo de defensa (riego por aspersión antiheladas o calefacción).

En el 46 por ciento de la superficie frutícola no se practica ningún control. En realidad, en esa superficie lo que se hace es apelar al riego por inundación generalizado, con un impacto ambiental importante en cuanto a elevamiento freático. Puede que esto ya no sea así: luego de las pérdidas totales en frutas de carozo en las temporadas 2015/2016 y 2016/2017, los productores han apelado a los sistemas de protección activos.

Cuando se menciona “control pasivo”, se refiere a la práctica consistente en mantener el suelo sin vegetación mediante rastreadas, compactado  y  húmedo, con lo que se favorece la absorción de radiación solar y el calentamiento del suelo.

Los métodos de control activo representaban el 18 por ciento de la superficie en 2005 y consisten en la calefacción con leña o combustibles y el riego por aspersión.

La calefacción puede realizarse hoy con leña, a un costo alto en términos de personal, insumos y “aguante”.

El riego por aspersión, que es un método de alta inversión inicial pero de bajo costo de funcionamiento y  menor impacto en el medioambiente, no representa más de un 7 por ciento de la superficie total.

En frutales de carozo, se estima que son necesarias 25 horas por año de uso activo, y en frutales de pepita 15-20 horas. Para nuestra zona, en un período de 23 años (1985 a 2007). el impacto de los daños de heladas y granizo ha provocado mermas importantes en 9 temporadas. Con posterioridad, hubo 3 temporadas más con mermas provocadas por las heladas: 2008/2009, 2015/2016 y 2016/2017, según el siguiente detalle.

De Rossi refiere que en la región, a través de la Autoridad Interjurisdiccional de Cuencas (AIC), y en la propia localidad de Río Colorado, a través de un servicio privado de pronóstico de heladas, se cuenta con la información requerida para orientar a los productores en la lucha activa contra las heladas.

En cuanto al riego por aspersión, se puede decir que su baja adopción en parte puede ser explicada por requerir una alta inversión inicial aunque un bajo costo de funcionamiento posterior, mientras que otros sistemas de defensa activa (calefacción) entrañan una baja inversión inicial, pero un costo operativo mayor, aún sin considerar los costos ambientales (emisiones de humos y carbono)  y sanitarios (accidentes y enfermedades potenciales).

Todo equipo de protección contra heladas con riego por aspersión se diseña para una superficie variable entre 3 y 5 hectáreas, según los cultivos a proteger y la calidad del emplazamiento en cuanto a su comportamiento durante  las heladas. La calidad del emplazamiento se refiere a la temperatura mínima que puede darse en un mismo evento en distintos puntos de la zona frutícola. Hay emplazamientos normales, en los cuales la temperatura mínima responde a un promedio pronosticado u observado; hay subnormales, cuando la mínima observada es menor a dicho promedio y sobrenormales, cuando es mayor.

El equipo está compuesto de una parte troncal, constituido por motor, succión, filtrado,  bomba y cañería madre (enterrada), el cual representa hoy un costo aproximado de 250 mil pesos, un 33 por ciento del costo total. El otro es el componente periférico, constituido solo por cañerías y aspersores, por un valor cercano a los 100 pesos pesos por hectárea, que en un módulo completo de 4 hectáreas representa el 66 por ciento del costo total.