Rememoran el cebollazo de 2017

A 18 meses de aquellas jornadas históricas, Ecos de la Tierra entrevistó a Laura Vázquez y David Camino, quienes repasan los logros y los desafíos desde una perspectiva colectiva.

Laura Vázquez, del Movimiento de los Trabajadores Excluidos (MTE) del sur cebollero de la provincia de Buenos Aires, toma el mate en su mano e inicia el recorrido histórico que nos depositará como punto de partida en el 21 de julio de 2017, en el medio de una ruta plagada de hostilidades y bañada por el frío de un invierno tan crudo como la crisis productiva que aquejaba a uno de los sectores más postergados de nuestro país.

Todavía recuerda de manera muy vívida el olor a caucho de las gomas que prendieron fuego, siente en la piel los mismos escalofríos, cuando levantaba los ojos y veía la magnitud de un corte que marcó a todo un pueblo. Esa acción visibilizó un sector olvidado, atravesado por una enorme crisis que había llevado incluso al abandono de las quintas por parte de los productores.

En ese entonces ni siquiera podían “sacarle” a la bolsa de cebolla el valor mínimo para recuperar no sólo la inversión inicial, sino también el esfuerzo físico y psicológico que conlleva un trabajo de nueve meses, siete días a la semana y doce horas por día, con picos de calor en el verano y heladas extremas en el invierno.

La crudeza del clima y el sacrificio personal y colectivo tenían como contrapartida un estado ausente que dejaba al mercado gobernar la vida de tantos trabajadores y trabajadoras.

David Camino, otro integrante del MTE, recuerda con emoción el paso de más de dos mil compañeros y compañeras que luchaban por una forma de vida digna, por una alimentación saludable, por el futuro de los pibes. “Ese viernes se levantaron los pueblos”, afirma y le sonríe a la ventana que muestra los primeros brotes de la producción.

“Ese día decidimos, a pesar de la diversidad de miradas que nos encontraban proyectando el presente de nuestro trabajo del subsistir -y digo presente porque nos habían intentado robar el futuro-, unir nuestras manos, nuestras quintas, nuestra fuerza productiva, para sacar la cabeza del agua en el cual nos ahoga el circuito productivo, y nadar hacia la cooperativización productiva que nos deposite en las condiciones de trabajo dignas que mencionan nuestros derechos”, señala con determinación.

El resurgir del modelo cooperativista
“El armado de la cooperativa será el fruto más grande de esta siembra que comenzamos hace casi dos años a la vera del camino que conecta la mayor extensión de nuestro territorio”, se enorgullece David, mientras en esas palabras refleja la dificultad que conlleva el mantenimiento de un circuito productivo.

La primera dificultad: los altos costos de los insumos necesarios para la siembra. Ante eso, dos caminos: bajar los brazos -que nunca fue una opción- o la unidad del conjunto, desde la compra de los productos de manera colectiva, hasta la coordinación de la siembra y cosecha. Esas herramientas se extenderían más allá de la necesaria subsistencia y se transformaría en la conquista de los derechos que siempre les habían negado.

Confían en que la Cooperativa, personería jurídica mediante, sea el disparador que les permita realizar el trueque de productos, el manejo de la producción de la cebolla en la zona, los convenios interprovinciales, “un lindo intercambio por la mandioca de Misiones”, se ilusionan.

El plato de los pibes
No sólo de producir se trata cuando hablamos del Movimiento de Trabajadores Excluidos, organización integrante de la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular (CTEP).

Laura y David dan cuenta del trabajo voluntario que vienen realizando los sábados y domingo en esos encuentros cara a cara con cada uno de los hijos e hijas de quienes deciden ser sus compañeros, arrimando un vaso de leche a la mesa, un plato de comida a cada niño y niña que se acerca, “uno de los más grandes lazos de confianza y fortaleza que nos encuentra aunados en esta zona del territorio provincial”, expresa David.

Este espacio es gestionado con la producción local y también con el respaldo de una organización provincial y nacional, que reemplaza a un estado en franca retirada.

“Julio de 2017 nos encontró acompañando a treinta chicos de diferentes edades. Enero de 2019 nos recibe con trescientos niños, con sus padres, hermanos, vecinos y amigos acercándose no sólo a recibir el alimento que nunca debió faltarles, sino también contención, afecto, las herramientas que les permitan construir sus sueños”, rescata.

La conquista de lo nuestro
“Comprendimos que la lucha era colectiva, que el vecino no era competencia, era amigo, que somos miles los y las que trabajamos este fruto durante nueve meses, casi doce horas diarias, sin distinción de género, sol a sol, para sacar adelante nuestras quintas”, resume Laura-

En dos años han logrado aumentar casi en 50 pesos cada bolsa que sale de la producción propia. Y no pocos logros los fortalecen y les dan visibilidad: aglutinar a más de dos mil productores, construir centros de acopio, abrir comedores, entre otros.

Los ingresos no alcanzan para costear la siembra en un contexto de permanente inflación: “Es compleja la situación, pero se trata de salir adelante, las más de cinco mil familias del sur cebollero vivimos de esto, no sabemos producir otra cosa que no sea esto. De lo que nosotros vivimos continuamente, nuestra fuente de trabajo, nuestra entrada, la dureza del día a día en el campo, la producción que nos marca, con veinticuatro años, criada en el campo, herencia familiar y lucha colectiva”, significa la trabajadora.

Los insumos seguirán aumentando su valor, los platos se acumularán en la mesa de la docena de comedores que supieron instalar en esa zona olvidada, los compañeros y compañeras seguirán sembrando la cebolla como fuente de vida, adquiriendo herramientas en los ciclos de formación del Movimiento de Trabajadores Excluidos. De algo estarán seguros: la cooperativización es el camino que permitirá seguir dando de comer a sus familias, hacer estudiar a sus hijos, sembrar las semillas del futuro que ya nunca más podrán arrebatarles.

Producción agroecológica
Al ser consultado acerca de cuál considera el proyecto más importante en el que se encuentran soñando actualmente, David Camino afirma: la agroecología.

En ese sentido, sostiene que “en el día a día, nosotros, los argentinos y argentinas de a pie, que hacemos de la producción nuestra forma de vida, tampoco estamos llevando un producto sano a nuestras mesas, debido al alto contenido insalubre de los agroquímicos que se colocan para potenciar y/o mantener los alimentos durante una mayor cantidad de tiempo”.

A su vez, plantea que “los compañeros y compañeras iniciaron un proceso de toma de conciencia a través del cual pudieron comprender que no podemos seguir viviendo de esta manera”.

Además, el productor del sur cebollero, afirma que “la agroecología no nos va a salvar la vida, que no va a ser fácil empezar y no todos van a estar de acuerdo, pero cuando seamos conscientes de la situación que atravesamos como productores y también como consumidores, empezaremos a trabajar con mayor profundidad, para mejorar la calidad de nuestra salud”.